Época: Reinado Fernando VII
Inicio: Año 1823
Fin: Año 1833

Antecedente:
La ominosa década

(C) Rafael Sánchez Mantero



Comentario

En julio de 1830 se produjo una Revolución en Francia que derrocó a Carlos X para instaurar una monarquía liberal encabezada por Luis Felipe de Orleans. Este importante cambio político en el vecino país podía tener una influencia sobre el régimen de la Monarquía absoluta en España. Así lo entendía el entonces embajador en París, el conde de Ofalia, quien en un Informe que redactó poco antes de aquellos acontecimientos afirmaba que "Es indudable que si el partido liberal consiguiese aquí un triunfo completo, si los malvados consiguiesen debilitar la Autoridad Real, o su proyecto sacrílego de mudar la Dinastía en España cuyos principios monárquicos y religiosos les son tan odiosos, sería el blanco de sus intrigas y maquinaciones, si no el de sus agresiones que protegerían más descubiertamente las tramas de los revolucionarios y tratarían de sembrar la discordia en nuestro suelo". Estos presagios no parece que sembrasen la alarma de las autoridades españolas, que no tomaron ninguna medida especial para prevenir las consecuencias del cambio de situación en Francia.
Una vez que triunfó la Revolución, los gobiernos de Inglaterra, Austria y Prusia, reconocieron la nueva Monarquía de Luis Felipe de Orleans. España no se decidió a dar ese paso, sino que reforzó al ejército a pesar del esfuerzo económico que ello implicaba en unos momentos en que las finanzas se hallaban en situación de penuria. Si bien pronto se comprobó que la nueva dinastía reinante en Francia adoptaba una actitud moderada, el verdadero temor del gobierno español era la postura que iba a manifestar con respecto a los refugiados liberales, que no habían cesado de intrigar desde el otro lado de la frontera para preparar un golpe destinado a derribar la Monarquía absoluta de Fernando VII.

A partir de 1830 muchos de los liberales españoles que habían permanecido en Inglaterra o en Bélgica acudieron a la capital de Francia para reunirse y organizar sus fuerzas con vistas a una acción en España. Protegidos por el nuevo régimen francés, disfrutaron de una absoluta libertad de acción, e incluso fueron objeto de agasajos por parte de los liberales franceses. Lo que los exiliados españoles no advirtieron fue que iban a ser utilizados por Luis Felipe como instrumentos de presión para obtener el reconocimiento oficial por parte de Fernando VII. Así, la negativa española a aceptar la realidad de los hechos en Francia permitió que desde las instancias oficiales y desde los círculos liberales de este país se alentasen las intrigas y las maquinaciones de los refugiados españoles. Este apoyo moral y financiero acrecentó el optimismo de los exiliados hasta tal punto que no solamente estaban seguros de su triunfo, sino que algunos hablaban incluso de que sería uno de los hijos del duque de Orleans el que sustituiría al monarca español.

Los españoles habían mantenido serias discrepancias entre sí durante los años del exilio. Pero ahora se pusieron de acuerdo bajo la dirección de un grupo organizador que tomó el nombre de Directorio provisional para el levantamiento de España contra la tiranía que se estableció en Bayona. Los proyectos de invasión se centraban en varios puntos de la frontera pirenaica: Cardona, La Seo de Urgel, Hostalrich, Jaca y Pasajes. Para aumentar el número de los que debían llevar a cabo el levantamiento se crearon en Francia varias oficinas de reclutamiento, tres de las cuales se hallaban en la capital. Se les ofrecía a los interesados dos francos al día y se les facilitaba un medio de transporte hasta Burdeos, y desde allí hasta la frontera. Hasta 700 hombres pasaron por Burdeos para unirse al levantamiento y se supo también que se habían enviado hacia la frontera 1.700 fusiles y 15.000 cartuchos.

Todo este movimiento, que contaba con la pasividad de las autoridades francesas, sembró la inquietud en el gobierno español, y ante la ineficacia de las gestiones diplomáticas para que se tomasen medidas para abortarlo desde el otro lado de la frontera, España optó por reconocer a la nueva Monarquía de Luis Felipe. Sin embargo, la decisión llegó tarde, puesto que ya no hubo forma de detener el intento de invasión, que se produjo entre el 10 y el 18 de octubre de 1830 y en el que participaron como dirigentes Mina, Valdés y el coronel De Pablo (Chapalangarra). Espoz y Mina ocupó la localidad de Vera del Bidasoa, cortó las comunicaciones con Irún y se internó hacia Tolosa. Las tropas de Fernando VII le salieron al paso y después de derrotar a los expedicionarios los persiguieron hasta hacerles cruzar de nuevo la frontera. La suerte que les esperaba en Francia era ahora distinta, pues el Gobierno de París los desarmó y los condujo a depósitos militares donde quedaron confinados.

Con ser el más importante de todos, no sería éste el último de los movimientos que organizaron desde el exterior los liberales españoles exiliados. Todavía se producirían otras intentonas desde Gibraltar antes de la finalización del reinado de Fernando VII. Ya en 1826 había tenido lugar una nueva expedición de parecidas características a la que había protagonizado Valdés en agosto de 1824. Los cabecillas fueron esta vez los hermanos Bazán, quienes con unos 60 hombres trataron de llevar a cabo un desembarco en algún lugar de la costa de Levante. La operación terminó también con un rotundo fracaso y los hermanos Bazán fueron apresados y fusilados por las autoridades españolas.

Desde 1827 se había establecido en la colonia inglesa una Junta de refugiados que tenía como misión la de mantener la comunicación entre los liberales que habían permanecido en España y los que habían tenido que salir al exterior. En septiembre de 1830 llegó al Peñón José María Torrijos procedente de Inglaterra. El general Torrijos movilizó inmediatamente a algunos de los elementos más conspicuos que aún se encontraban en Gibraltar y comenzó a preparar nuevas tramas revolucionarias contra la Monarquía de Fernando VII. Como resultado de estas intrigas, en enero de 1831 se produjo un asalto a las líneas españolas desde la zona neutral que se saldó con algunas pérdidas por parte de los liberales que intentaron pasar la frontera y con un mayor número de bajas por parte de las tropas realistas que la defendían. Los asaltantes fueron rechazados y tuvieron que desistir de momento de sus propósitos.

Todavía no había transcurrido un mes desde que se produjeron estos sucesos, cuando tuvo lugar una nueva intentona protagonizada por Salvador de Manzanares, quien desembarcó en Getares procedente de Gibraltar con unos doscientos hombres. Acosado por las tropas realistas del general Quesada, buscaron refugio en la serranía de Ronda, pero fueron reducidos y fusilados cuantos cayeron prisioneros.

Por fin, el 30 de noviembre de 1831 partió desde Gibraltar el propio Torrijos, quien al mando de unos 50 hombres desembarcó a la altura de Fuengirola, donde fue cercado en virtud de la emboscada que le tendió el gobernador de Málaga, González Moreno. Los expedicionarios consiguieron internarse hasta Alhaurín de la Torre, en cuyas cercanías fueron obligados a rendirse y todos ellos fueron fusilados en la mañana del 11 de diciembre. Fue la última de las intentonas liberales, que ya no darían muestras de una oposición activa en lo que quedaba del reinado de Fernando VII.